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La Ballena, ¿Va llena?

Desde mi primera infancia, cuando apenas estaba terminando mi segundo tratado sobre física cuántica, ésta pregunta ya rondaba mi cabeza. Por momentos se detenía sobre mi frente y luego seguía girando como si se tratase de un electrón perdido.

Fue así como decidí crecer, cumplir mis veintiún añitos de inmediato y largarme a una aventura que cambió mi vida para siempre.

Una mañana de abril mientras exprimía unos limones, descubrí que todos los sinónimos de “ballena” − cachalote, cetáceo, leviatán, bustamante y jericó − tienen algo en común: ¡son todos sinónimos de “ballena”!

Esto hizo que mi mente diera un triple salto mortal en el interior del cráneo, desconectando momentáneamente todos los cablecitos que unen mi inútil cerebro con el resto del cuerpo.

Fue sumamente complejo volver a conectarlos. Quedé con un par de desperfectos, por ejemplo, cada vez que muevo mi dedo índice izquierdo saco la lengua, y cuando estornudo me sale un chorro de vapor por la coronilla, hecho bastante característico en las ballenas.

Decidí, entonces, abandonar mi investigación leviatanesca, hasta que mejorara mi estado de salud.

Fui a visitar a D. Licado, experto en Medicina Peronista. Luego de una extensa revisación, dos partidos de truco, sin tuco, una limonada con jengibre y un paquete de “Cerealitas”, el médico me preguntó:

− ¿Sabe usted qué hace mi profesora de natación?

− No... − respondí.

− Nada − remató mientras su cachete derecho se desprendía y caía, meciéndose cual hoja en el viento.

“Claro”, pensé atando cabos. “La ballena también nada”.

Al día siguiente, amanecí agradeciendo al pueblo griego por mantenerme electoralmente activo. Decidí ir a hablar con la profesora de natación de mi querido médico. La encontré pelando un alcaucil. Al verme, me saludó con su orificio nasal izquierdo.

Ante mi mirada de asombro, guiñó su ojo (el único que tenía ya que era cíclope) y me dijo con un tono seductor:

− Soy bi.

Inmediatamente sonó la alarma en mi interior, todas las hormonas saltaron de sus alcobas y se presentaron firmes en sus puestos de combate. El nivel de totesterona (confieso que no sé bien qué es, pero suena bien en este lugar del relato) alcanzó niveles anteriormente inalcanzables y me lancé sobre la presa fácil. La mujer giró levemente y desapareció. Encorvado, con mis brazos extendidos hacia adelante, murmuré:

− Bidimensional...

Desilusionado, saqué mi celular y arreglé una cita a ciegas con Pinocho y Jonás. “Ellos sí que saben de ballenas”, pensé.

Como se trataba de una cita a ciegas, antes de ingresar al café até un pañuelo negro sobre mis ojos.

Nos sentamos en una de las mesas del fondo del bar y pedimos tres licuados de zanahoria hervida con palomitas de maíz y otras barbaridades por el estilo.

Mientras comíamos y bebíamos, Jonás comentó que estaba planeando volver a Nineveh, “a ver qué onda”.

− Otra colonia yanqui − dijo Pinocho con un tono sumamente desinteresado, mientras exhalaba el humo de su quinto cigarrillo.

− Algún día voy a dejar − agregó ante mi mirada de yddishe mame.

− Es lo único que logra evitar que siga mintiendo − alegó mientras su nariz avanzaba un centímetro.

− Caballeros − intenté mantener el hilo conductor de la conversación.

− Los he citado aquí y no allá − señalé la mesa de enfrente, que en ese momento la ocupaban Mario Barakus y Daniel Scioli, − para ver si me pueden ayudar a aclarar una duda.

Ninguno de los dos me estaba prestando atención. Jonás estaba muy concentrado en el trasero de la mesera, mientras Pinocho coqueteaba con dos mujeres mayores, mostrando sus habilidades nasales.

Saqué mi celular y llamé a Benjamín. Éste tomó su bicicleta y fue a la panadería. Compró una docena de facturas con dulce de membrillo y se las dejó a un vagabundo. El hombre comió sólo dos y el resto de las dio a un gato. El animal fermentó y salió corriendo. Lo atropelló un auto. Del auto bajó Ernesto Sábado y dijo que el sábato volvería por él. Luego entró en el bar, pidió un tostado con dos fetas de jamón pesado y lo guardó cuidadosamente en su bolsillo. Entonces estornudó.

Jonás y Pinocho lo miraron con suma atención. Sábado sacó un espejo y se los mostró. En el espejo se reflejaba mi hermosa figura. Les hice una seña y ambos se dieron vuelta.

Ahora que había recuperado su atención, les hice la gran pregunta:

− La ballena, ¿va llena?

Se miraron horrorizados y luego me devolvieron la mirada.

Jonás pidió un whisky y Pinocho encendió otro cigarrillo, quitándole antes el filtro.

Luego de soltar unas palabrotas, Jonás se levantó y dijo:

− Son tiempos que prefiero no recordar, no sé si me explico... − arqueó las cejas y miró disimuladamente hacia el cielo.

Pinocho en cambio, sacó de uno de sus bolsillos un papel muy arrugado y me lo entregó. “Coma hasta que adelgace”, decía. “Cómo conocen mis puntos débiles”, pensé. Pagué la cuenta y me dirigí a la dirección que figuraba en el volante.

Me atendió una señorita muy amable en guardapolvo blanco, que me llevó por unos largos pasillos a una habitación muy parecida a un quirófano. Me conectaron unos aparatos extraños y luego vino la oscuridad. Una vez que todo mi cuerpo quedó inmóvil, comprendí. “Qué hijos de puta”, pensé, utilizando la única función corporal que había quedado activa. Por lo menos hasta que adelgace...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Sr Xafier:
Su pluma pasea por el inconciente con tal agilidad que deja al lector estupefacto como frente a su mas enigmatico y revelador sueño.
Celebro desde aqui la libertad de tal pluma!

Su lecter mas fiel, Anibal.

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