Abrir en una nueva ventana

Fred

Fred tocó el cielo con las manos. Al menos fue la impresión que tuvo y eso es lo más importante. Porque en realidad el cielo estaba cientos de kilómetros por encima de él.

El bebé siguió llorando. A pesar de que los trenes se detenían inexorablemente en todas las estaciones. Nada parecía calmarlo. Su madre pensó que eran los dientes que estaban empezando a asomarse de sus carnosas encías. Su padre se limitó a mirar por la ventana del departamento hacia un punto perdido en el horizonte, suponiendo que el horizonte aun estaba allí, detrás de todas aquellas casas.

Fred no quiso volver a lavarse las manos. Estaba seguro de que las partículas de cielo quedarían adheridas a su epidermis.

El vagón se mecía como si fuera una cuna. En su interior, adormecidas, intercambiaban sus microbios personas que hacía tiempo habían dejado de ser bebés.

“Tal vez sea un virus”, se dijo la madre. El padre reaccionó al escuchar la palabra “virus”. “Hay que salir de acá”, pensó él.

Las manos de Fred iban de mal en peor. Las partículas de cielo habían ennegrecido, pero él seguía convencido de que tan sólo se trataba de una tormenta pasajera.

El tren entró en un túnel. De esos interminables que pasan por debajo de la ciudad entera. Resulta difícil saber si hay más gente en la superficie o en el subterráneo. Ahí da lo mismo que fuera día o noche. Si llueve o hay sol.

En las manos de Fred la tormenta estaba a punto de estallar. El médico le había hablado de los gérmenes y las epidemias que se transmiten mediante el tacto. Pero sus manos seguían privadas de agua. Como un cielo cargado que no se anima a llover su angustia.

El padre volvió finalmente la mirada hacia el interior del departamento. Aparentemente no iba a llover. El cielo estaba gris como si estuviera sucio, pero ni una gota de agua parecía animarse a dar el primer salto.

En el tren, devenido subterráneo, un mendigo pasaba por los asientos en un intento fallido de conseguir algunas monedas. Rápidamente se esfumó y nadie supo si realmente estuvo ahí o si fue sólo un espejismo creado por la costumbre.

Las manos de Fred se habían infectado y el médico se las lavó a la fuerza, antes de proceder con su amputación.

Un relámpago, seguido por un trueno, precedieron el diluvio que arrasó el paisaje. Hasta donde las casas vecinas permitían ver. El padre y la madre se sentaron frente al bebé que había dejado de llorar.

Justo en ese momento el tren emergió del otro lado del túnel. Era de día y estaba lloviendo a cántaros.

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