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One moment please, Rulero

Estaba sentado en la sala de espera del mejor dermatólogo de una ciudad en la cual todos los habitantes se llamaban Rodolfo, incluyendo a las mujeres y los diferentes animales de compañía[1]. Fue por ese motivo que cuando la secretaria llamó al señor Rulero todos los presentes nos asombramos mucho.

Nuestro asombro fue in crescendo cuando dos hombres se pararon al mismo tiempo y se acercaron hacia la dama.

- Yo soy Rulero – dijo uno de los hombres con un marcado acento extranjero.

- Mmm… yo también – dijo el otro, algo incómodo y con un acento parecido.

La empleada, una mujer de unos cuarenta años que rebosaba de experiencia secretarial, no perdió el control e inmediatamente procedió a preguntar los nombres de ambos individuos.

- ¡Rolando! – respondieron en simultáneo.

La mujer levantó la mirada de sus fichas y los observó incrédula.

- ¿También tienen el mismo nombre? – inquirió.

Los hombres intercambiaron miradas y luego echaron un vistazo a los alrededores, donde nosotros estábamos esperando y poniéndonos algo nerviosos.

- ¿Un domicilio entonces? – intentó la empleada.

Uno de los hombres respondió:

- Alberto Pujerhorz 2500.

- ¡Ah, pero ahí es donde vivo yo! – agregó el segundo, algo furioso.

- Bueno, miren señores, no puedo hacer esperar al doctor y tengo una sola reserva con ese nombre. ¿Por qué no se ponen de acuerdo entre ustedes y luego regresan?

- ¡Mejor que regresen a su país! – murmuró una señora de cierta edad que estaba sentada en el rincón de la sala.

- ¡Imposible! – exclamó uno de los dos Rulero - necesito ver al médico y luego ir a trabajar.

- ¡Yo también! – respondió el otro, haciéndole frente al primero.

- A ver, seguramente va a decir que trabaja en la fábrica de serpentinas que queda en el centro…

- Esto debe de ser una broma pesada. Soy el jefe de personal de dicha fábrica.

- Qué curioso, igual que yo…

Los hombres seguían discutiendo mientras yo los observaba detenidamente. Tenían los mismos gestos, la misma manera de hablar, de moverse y hasta empezó a darme la impresión de que eran muy parecidos.

- ¿No serán hermanos ustedes? ¿Gemelos o algo así? Pasa mucho eso en vuestro país, ¿no? - pregunté.

Los hombres dejaron de hablar y me miraron un rato largo.

- Soy hijo único – dijo el primer Rulero.

- Yo también – dijo el segundo.

- Bueno no sé, tal vez son hijos únicos de la misma madre – intenté.

- Imposible, mi madre me lo hubiese dicho.

- La mía también, naturalmente.

La discusión entre ambos hombres se reanudó, por momentos parecía que estaban positivamente sorprendidos de haberse encontrado, de a ratos parecía que estaba por estallar la violencia. Mientras tanto, la secretaria nos hizo pasar al consultorio. A medida que transcurría el tiempo los hombres parecían acercarse cada vez más, como si se estuvieran fundiendo el uno en el otro.

Cuando salí del consultorio quedaba un sólo Rulero en la sala. Seguía hablando y gesticulando solo. De pronto se detuvo, miró su reloj y dijo:

- Se me hizo tarde, llamaré para pedir otro turno.

Luego se fue.

Me acerqué a la secretaria y le pregunté:

- ¿Usted también vio que eran dos al principio, no?

- No es la primera vez que sucede – dijo y arqueando las cejas agregó – vio cómo es esta gente…

- ¡Hasta la próxima, Rodolfo! – saludé a la secretaria con una sonrisa de oreja a oreja y me fui.



[1] ¿Alguien podría aclarar por qué la palabra “compañía” lleva una Ñ si con el acento y la I ya basta?

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