Abrir en una nueva ventana

Canibalismo Puro

Nadie se enteró de que habías salido a la ruta. “Canibalismo puro”, dijeron con notable desinterés. Donde intentabas colocar una coma, ellos imponían el punto y aparte. Mostraste tus manos mordidas, ensangrentadas y ellos, incómodamente, apartaron las miradas.

Eran las diez de la mañana y un abejorro que revoloteaba por la habitación te despertó. Durante unos segundos lo seguiste con la mirada, considerando aplastarlo con un diario viejo doblado. Pero no lo hiciste. Al final de cuentas se trataba de una vida. Cruzaste el comedor y entraste en la cocina. Diez minutos más tarde, la taza de café ya calentaba la palma de tu mano derecha.

“¡¡¡Canibalismo puro!!!”, gritaba el titular del matutino que te esperaba, como todos los días, en el umbral de la puerta de calle. Sentiste un extraño cosquilleo en tus manos mientras dabas vuelta la página principal para encontrar una foto tuya, a todo color. Tenías las manos mordidas y ensangrentadas.

La noche anterior habías decidido escapar hacia los suburbios o más allá. Los espacios abiertos siempre te atrajeron pero continuamente había una buena excusa para postergar la partida. Mas ahora te sentías ahogado, con una abrazadera de cemento alrededor de tu cuello y esposas de asfalto sobre tus manos ensangrentadas y mordidas. Sentías sus miradas clavadas en tu espalda como pequeños trozos de fibra de vidrio; doloridas e imperceptibles. Donde colocabas una coma te clavaban un punto.

Todo había comenzado aquella noche de lluvia, tres meses atrás. Del otro lado de la ventana, la tormenta golpeaba con furia y vos te mordías los dedos de miedo; o de hambre. Se te cayó una uña sobre las frías baldosas de la cocina. El sonido opaco del choque con el piso te remitió de inmediato al repiqueteo de la lluvia, afuera. Quisiste seguir escribiendo pero la imagen de las uñas en la punta de tus dedos no dejó de inquietarte. Tal vez fue una cuestión de higiene o bien canibalismo puro. Mordiste tus dedos deseando que las uñas dejasen de llover.

Hace cincuenta años, aun en el vientre de tu madre, mirabas sin palabras a tu alrededor. Reconocías tus manos sin saber que las podías nombrar. Ignorando que con esas mismas manos colocarías comas que otros cambiarían por puntos y que las terminarías mordiendo, tal vez por canibalismo puro. Saldrías a la ruta, porque siempre soñarías con viajar a los suburbios o incluso más allá. Pero las manos mordidas, ensangrentadas, frustradas de ver sus comas convertirse en puntos, te quedarían demasiado cortas. Tanta confianza depositaste en ellas y finalmente te traicionaron. Un pequeño estallido, opaco y mustio, y desapareciste. Algo habrás hecho para merecer tal destino.

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