Estaba sentado en un bar ubicado en una callejuela de Montmartre. El lugar era pequeño, apenas unas ocho mesas, y contaba con una decoración rústica en tonos de rojo y negro.
Había pedido un tajine de cordero, uno de sus platos favoritos.
Se deleitó con la comida, finamente condimentada con hojas de cilantro y pistachos triturados, y al terminar pidió un café y la cuenta.
Como de costumbre sacó su tarjeta de crédito para pagar pero en lugar de tomar la tarjeta, la moza le dijo simpáticamente:
- Disculpe pero no aceptamos tarjetas.
- ¿Cómo que no aceptan tarjetas? – se asombró el hombre.
- ¿No puede pagar en efectivo? – inquirió la moza.
- No. Tendré que salir a buscar un banco.
Al decir esto, la cortina metálica del bar se cerró violentamente. El hombre miró asustado.
- ¡Le juro que vuelvo de inmediato! Puedo dejarle mis documentos si quiere…
- ¡Si no paga en efectivo ahora, no sale! – dijo la moza con un tono extraño y de sus ojos irradiaba una luz rojiza.
- Lo siento, realmente no lo sabía, pero mire – mostró su billetera abierta – realmente no tengo nada.
- ¡Entonces lo serviremos de alimento para los cerdos!
- ¡¿Cómo?! – se asustó el hombre.
No obtuvo respuesta alguna. La moza lo tomó de un brazo y de la cocina se acercó con rapidez el chef, que lo tomó del otro. Intentó luchar pero fue en vano. Ambos manifestaban una fuerza sobrehumana. Lo arrastraron por unas escaleras oscuras y luego a través de un pasillo muy largo y húmedo hasta que llegaron a un espacio bastante amplio, iluminado pálidamente por unos tubos fluorescentes colgantes.
En el centro de dicho espacio había un gran corral y en su interior cinco cerdos gigantes que ni bien vieron a las personas comenzaron a saltar y rugir como si se tratase de felinos hambrientos. De sus bocas salía una repugnante espuma blanca y en sus ojos brillaba la misma luz carmesí que había en la mirada de la moza y del cocinero.
El hombre rogó por su vida pero no sirvió de nada. Lo arrojaron a los cerdos quienes lo desollaron como si fuese manteca.
Mientras tanto en la planta baja del establecimiento la cortina metálica volvió a abrirse y el sol se infiltró a través de la vitrina, iluminando el nuevo cartel que exhibía el local:
“Plato del día: chili con carne”.