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El vendedor

El vendedor ambulante subió al colectivo, intercambió unas palabras con el conductor y luego se dirigió a los pasajeros:
- ¡Buenos días señores pasajeros! - llevaba un bolso negro colgado de su hombro derecho.
- En esta oportunidad vengo a ofrecerles un juego de biromes de excelente calidad, en tres colores diferentes – azul, negro y rojo – ideales para firmar contratos, autógrafos, escribir tarjetas de cumpleaños, cartas de amor.
Se trataba de un hombre de unos cuarenta años, calvicie prominente y ojos penetrantes que escudriñaban constantemente a los presentes. Algunos se sintieron un poco intimidados y apartaron la mirada hacia diferentes puntos perdidos dentro o fuera del vehículo. Otros fingieron prestarle atención, probablemente porque no tenían nada mejor que hacer. Un tercer grupo, sintiéndose molesto por dicha intrusión en un viaje que hasta el momento le había resultado placentero, eligió ignorar al hombre de manera manifiesta.
- Pero esto no es todo - siguió el vendedor - Con estas tres biromes se llevan también un set de agujas para coser y bordar. Vienen en diferentes tamaños y son ideales para pequeños arreglos en las prendas que utilizan a diario, así como también para la costurera profesional. Las tres biromes más el set de agujas por la módica suma de tres pesitos de la nueva moneda.
El vendedor aprovechó aquel momento de silencio para ver si la adición de aquel nuevo artículo había generado algún impacto en su audiencia. Nadie parecía interesado.
El hombre no se dio por vencido.
- Como si esto fuera poco, y a modo de obsequio, se llevan también una afeitadora eléctrica con batería recargable.
Sacó de su bolso un aparato de dudosa apariencia y al pulsar un botón se dejó oír un débil zumbido.
- Ideal para viajes, tanto de negocios como de vacaciones, y por qué no para su uso diario, para lucir siempre limpio y prolijo. El aparato cuenta con cinco posiciones diferentes y viene acompañado de un cepillo para limpiarlo después de cada uso. ¡Las biromes, el set de agujas y esta excelente afeitadora eléctrica por tres pesos!
La gente seguía concentrada en otros asuntos.
- Aun no terminamos señoras y señores - el vendedor seguía intentando captar algo de atención.
- Hoy, por única vez y directamente del importador, les entrego también un juego de vajilla de porcelana fabricada en Limoges, Francia. En los comercios especializados la encontrará a cincuenta pesos, pero hoy por ser el último día de esta especial oferta, les entrego el juego de vajilla junto con las biromes tricolor, el set de agujas y la afeitadora por tres pesos. ¡Sí! Han escuchado bien. ¡Tres pesos! No es un sueño, es una increíble oferta que durará hasta que me baje de este autobús.
El hombre paseó los ojos entre los pasajeros. Incluso cruzó el colectivo de una punta a la otra, exhibiendo los artículos que estaba tratando de vender. Pero ni una sola persona se dignó siquiera en mirarlos.
Resuelto a salvar su honor, el experimentado comerciante decidió aumentar la apuesta.
- Como veo que son un público exigente y respetable, voy a agregar un artículo más para cerrar esta oferta. El primero que desee adquirir dichos artículos… - hizo una pausa como para generar algo de suspenso y mientras tanto extrajo de un bolsillo un juego de llaves - se lleva las llaves de mi auto. Un Renault 12 modelo 78 en excelente estado, nunca taxi, GNC incluido. A los cuatro artículos anteriormente mencionados se le suma entonces mi vehículo particular como regalo especial.
Ni siquiera ahora la gente se mostró interesada. El vendedor estaba empezando a mostrar signos de nerviosismo a pesar de que llevaba veinte años en el oficio y sabía que había días muy difíciles. Intentó agregar algunos artículos más, quitándose el cinturón, luego el pantalón y la camisa, y quedando en ropa interior ofreció también a su mujer, exhibiendo una fotografía arrugada que llevaba en su billetera.
Viendo que la gente lo seguía ignorando, mostrando un creciente desinterés en su oferta, sacó un revolver de la chaqueta que descansaba sobre la pila de productos y lo llevó a su boca. Al ver que ni siquiera se habían asustado, el hombre disparó, manchando de sangre el interior del colectivo. Los pasajeros apartaron la mirada con expresiones de asco, pero siguieron sentados en sus lugares, esperando llegar a sus destinos.
Una viejita que estaba ubicada cerca del cadáver del vendedor, levantó una bolsita que contenía las agujas y los hilos coloridos y dijo con una voz temblorosa:
- Esto podría servirme para coser los botones de las camisas de Chicho. Siempre anda con un botón de menos…
Sacó tres monedas de su cartera y las dejó sobre el cuerpo inanimado y ensangrentado del vendedor. Luego se bajó del coche.

Vomitos

A: Buen día

B: Buen día señor. ¿En qué puedo ayudarlo?

A: Quisiera saber si puedo pasar a vomitar.

B: ¡Cómo no! Pase nomás.

A: Gracias.

B: El baño está en esa dirección.

A: Gracias. Disculpe la molestia señor.

B: No se preocupe, para eso estamos los vecinos.

A: Es que no somos vecinos en realidad señor…

B: Bueno no importa, de todas formas entre paisanos debemos asistirnos.

A: Tampoco somos paisanos. De hecho vengo de un país enemigo.

B: ¡Está bien! Da lo mismo. ¡El hecho de que esté aquí prueba que a pesar de todo, nuestros pueblos pueden hallar una solución pacífica para que podamos vivir juntos en armonía!

A: Me temo que nuevamente está usted equivocado señor. Nunca podremos vivir en paz con un país lleno de miserables como usted.

B: ¡No hace falta que me insulte! Le estoy abriendo las puertas de mi casa.

A: En realidad ni siquiera se merece que vomite en su casa, ¡maldito bastardo!

B: No entiendo por qué viene a mi casa y luego me insulta de esta manera. ¿Acaso no cree que nuestros respectivos gobiernos sean los verdaderos responsables de los problemas que hay entre nosotros?

A: El gobierno es elegido por el pueblo.

B: En eso tiene usted razón…

A: Por eso mismo aunque se pusiera ahora de rodillas y me lo pidiera en cuatro idiomas diferentes, ¡no pienso darle el gusto!

B: ¿Pero entonces para qué vino en un primer lugar?

A: Pues tenía ganas de vomitar y me pareció que como muestra de la buena cultura que tiene nuestro pueblo - a diferencia del suyo - debía hacerlo en un baño y no en la calle como lo hacen los animales.

B: ¿Me está usted llamando animal?

A: ¿Acaso usted suele lanzar en la calle?

B: Mmm… me ha sucedido algunas veces…

A: Saque sus propias conclusiones.

B: De ser así, no dejaré que entre a mi casa y menos aun que vomite en ella. Voy a cerrar la puerta.

A: No hay problema, ya me imaginaba que su hospitalidad era falsa. No me queda más remedio que hacerlo en la vereda.

B: ¡Como un animal!

A: ¿Así trata a los extranjeros? Con razón nuestros países están en guerra.

B: Se puede entender que nuestro gobierno se haya cansado de gente como usted que vacía su estómago en nuestras calles.

A: Si tan sólo nos abrieran vuestras puertas…

B: Muy pronto el gobierno se cansaría de eso también… vomitar las casas de la gente no es una costumbre que nuestros gobernantes puedan tolerar.

A: Al menos que cambien de gobierno…

B: El gobierno puede cambiar pero no nuestros valores, los cuales defendemos desde la declaración de nuestra independencia. Lo que sí puede suceder es que ustedes dejen de vomitar.

A: Eso sería imposible, es realmente una de las bases sobre las cuales está fundada nuestra sociedad.

B: Pues entonces no creo que logremos entendernos.

A: Y no… es una lastima.

B: La verdad que lo es. De todas maneras puede vomitar tranquilo en la entrada. Lo limpiaré más tarde con la manguera.

A: Es muy amable de su parte, gracias. Hasta siempre.

B: Adiós.

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