Abrir en una nueva ventana

Trrrrt tratata tap tatap

“Trrrrt tratata tap tatap”, sus dedos vuelan sobre el teclado, utilizándolo como si fuera un instrumento de percusión. “Trrrrt tratata tap tatap”, descarga con toda furia sus ideas, sus ideales sobre aquellas piezas de plástico negro con letras blancas. Rostro con barba de algunos días; a su lado un mate. De fondo, el televisor encendido en una cadena de noticias. Los diarios de los últimos días, todos abiertos en las novedades de la última guerra. En su mente vuelan palabras e imágenes. “Ismos” y “antis” entrelazados con sus recuerdos de juventud, cuando se creía militante, revolucionario. El tiempo pasó pero el enemigo sigue bien identificado. Contra él está descargando ahora una batería de palabras; una artillería de signos que van apareciendo obedientes sobre la pantalla de su ordenador made in China. Hace rato le anda dando vueltas por la cabeza la idea de que tal vez toda su vida se asemeja a la de un barco de madera encerrado adentro de una frágil botella de vidrio. Contempla sus ideas, los marineros de aquel naviero glorioso. Fieros y valientes afrontan las adversidades sin notar que en realidad no avanzan en absoluto. Sin ver que el barco está adherido a la botella, y la botella colocada sobre una columna maciza de madera, unida al piso con hormigón y barras de acero. El piso pertenece a una estructura que a su vez forma parte de un sistema que poco tiene que ver con aquellos ideales de la juventud. “Trrrrt tratata tap tatap”, sus dedos se detienen de pronto. O tal vez habrá sido su mente que les ordenó detenerse. Sale al balcón y enciende un cigarrillo. Observa su reflejo en la ventana. A pesar de ser poco definido, logra verse con la barba de algunos días y el cigarrillo clavado en el rincón izquierdo de su boca. Suelta una risita de placer. Después de tantos años aun conserva aquel aura de rebelde intelectual; guerrillero inconformista.

“Trrrrt tratata tap tatap”, de vuelta al escritorio. El sonido de las teclas se mezcla con el de los disparos, proveniente del televisor. Se encuentra en pleno análisis de dicha guerra, a pesar de que está sucediendo a miles de kilómetros de distancia, en un sitio en el que nunca visitó ni cuyas costumbres conoce en lo más mínimo. Pero la historia se repite y él sabe muy bien cómo funciona el mundo. Los que tienen mucho siempre atacan a los que tienen poco y él, ¿acaso no fue siempre el fiel defensor de estos últimos? Enciende otro cigarrillo y sorbe del café, que ya está frío. Descarga palabras, frustraciones, odio y hasta algún prejuicio, contra la pantalla resplandeciente. Se detiene para regular la altura de su silla de escritorio made in Taiwán. “Trrrrt tratata tap tatap”, los bombardeos continúan. Caen de ambos lados de la frontera. Hacia la izquierda, son las bombas de la usurpación y la crueldad. Hacia la derecha, las de la resistencia y los anhelos de libertad. Misteriosamente las bombas explotan más o menos de la misma manera, causando aproximadamente el mismo daño. Él no parece notarlo. Su atención está fija en aquellas que caen del lado siniestro de la pantalla. De ahí absorbe su inspiración. No puede permitirse, a esta altura de su vida, abrir un poco más el ángulo de visión. ¿Qué dirían sus camaradas, aquellos con quienes marchó por las calles en los años combativos de su vida? Es verdad, el mundo cambió mientras tanto, aquellos nobles ideales cayeron estrepitosamente al piso descubriendo detrás un paisaje tan homogéneo como desolador. Pero él eligió no mirar. “Trrrrt tratata tap tatap”, Marte sigue dando las órdenes desde las páginas de los diarios que descansan en su rincón de trabajo. El escritorio viene de IKEA y las frutas que hay sobre él fueron cosechadas por trabajadores ilegales en España. Son bastante dulces por estar fuera de temporada.

No se deja distraer por estas pequeñas incoherencias, ya que la tarea que tiene por delante es vasta e importante. Al fin y al cabo, el fin justifica los medios, incluso los medios de comunicación. Se detiene para escuchar el testimonio de una mujer. Siente una fuerte empatía por ella y un fuerte odio por la otra, que habló justo después. Hasta siente ganas de gritarle, "¡se lo merece!". Ella es la culpable. Bueno, no ella directamente, pero sus antepasados, su gobierno o quien quiera que haya sido. Eso no importa. Se mira en el espejo. Su piel blanca se refleja en el vidrio manchado, que probablemente nunca sintió el contacto de un trapo. La semejanza con la mujer culpable de la televisión le causa una leve picazón en la cabeza, pero transcurrieron tantos años desde que sus antepasados ocuparon la tierra sobre la cual nació... “Trrrrt tratata tap tatap”. Además, gracias a ellos se encuentra ahora sentado frente a aquel escritorio. “Trrrrt tratata tap tatap”.

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