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El Viento Caliente

El viento caliente arrasó con todo. Se llevó casas y edificios; incluso aquellos cuyos cimientos estaban bien enterrados en el suelo. Plazas, estaciones de servicio, autopistas, puentes y túneles. Barrió con los árboles y las flores que decoraban las calles principales de las ciudades y los pueblos. También se llevó por delante campos y montañas; evaporó lagos y ríos, calcinando a los seres que vivían en sus interiores. Y a las personas. Ricas y pobres. Feas y bellas. Negras, amarillas, rojas y blancas. A los mestizos también. Y a los que tenían autos grandes o chicos; casas con piscina o diminutos monoambientes abarrotados de porquerías; deportistas, malabaristas, drogadictos y hombres de familia. Se tragó familias enteras. Y a los enfermos, sin importar si se trataba de un cáncer o simplemente de un resfrío. A los pacifistas y a aquellos que vivían de las guerras. Religiosos, laicos, ateos, homo y heterosexuales. Bilingües, mudos, sordos, ciegos, poetas y vagabundos. Carniceros, mecánicos, contadores y directores de empresas multinacionales. El mismo destino corrieron los presidentes, primeros ministros, reyes, emperadores, generales y jefes de turno en restaurantes de comidas rápidas. Mayordomos, adolescentes, criminales y filántropos. Desertores y veteranos de guerra, con sus medallas, uniformes e insignias de honor.

El viento caliente fulminó todo. Consumió todas las formas de existir, pensar y actuar, dejando sólo unos granitos de polvo gris. En lugar del aire quedaron unas partículas refulgentes que al ser respiradas provocaban una picazón en todo el cuerpo, por fuera y por dentro, antes de convertirlo a uno en una polvareda sombría.

Solamente quedé yo, que no soy rico ni pobre; feo ni bello; negro, ni blanco, ni amarillo; no tengo casa ni practico deportes; no consumo drogas ni tengo familia; no estoy enfermo pero tampoco soy sano; no apoyo las guerras pero tampoco anhelo la paz; no creo en nada, pero disto mucho de ser agnóstico; no hablo ninguna lengua, no soy mudo, ciego, o sordo aunque me abstengo de hablar, mirar y escuchar; no tengo trabajo pero no soy vago, y estoy en contra de toda manifestación política, aunque no tenga ni un pelo de nihilismo o totalitarismo encima. Solo, como único testigo junto a las cucarachas que no parecen ser afectadas por aquellas partículas mortíferas.

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