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Japonés

Aquella mañana, al despertar, me sentí extraño, como si algo hubiese cambiado en mí. Lo primero que hice fue mirarme en el espejo. Mi sorpresa fue grande al descubrir que me había convertido en japonés. Mis rulos largos y rubios habían sido reemplazados por un cabello corto, negro y lacio. Mi barba había desaparecido y en su lugar tenía ahora una piel suave y blancuzca. Los ojos se habían estirado hacia los costados, pareciéndose a dos granos de arroz.
Unas horas más tarde, sentado detrás del mostrador del negocio de artículos de pesca que tengo en la calle Paraná, me llamó mucho la atención que la gente no notara el cambio étnico que había atravesado. Mis clientes entraban y me saludaban, como de costumbre, ignorando por completo que estaban siendo atendidos por otra persona que encima les hablaba en japonés.
Durante la hora de la siesta, momento en el cual el negocio permanece cerrado, comencé a desarmar la computadora, como si estuviera poseído por una fuerza mayor. Utilizando algunas cañas y rieles terminé construyendo un pequeño robot que inmediatamente comenzó a limpiar el local y, luego de la apertura, a atender a los clientes.
Al ver que dicho aparato se las arreglaba solo, decidí vender el negocio y sumando los ahorros que tenía, viajé a Japón.
Ni bien toqué el suelo de la Tierra del Sol Naciente, sentí unas ganas terribles de tomar un buen “Earl Grey”. Me dirigí a un café adyacente y en vano traté de explicar lo que deseaba. El mozo me preguntaba cosas en japonés y por alguna extraña razón no lo comprendía. En ese momento me vi reflejado en un espejo adherido a una de las columnas del recinto y noté, para mi gran asombro, que había perdido mi apariencia asiática y que me había convertido en un señor inglés, vestido de negro, con galera, bigote y bastón. Al quitarme la galera, ya que es de mala educación usar sombreros en interiores, descubrí que mis cabellos rojizos estaban pulcramente peinados con una raya en el costado. Salí del café, paré un taxi y me dirigí al aeropuerto. Tomé el primer avión destino a Londres.
Así sucedió que comencé a viajar por todo el mundo. En cada nuevo país que llegaba, siempre de acuerdo a mis cambios morfológicos, me veía obligado a partir porque nuevamente mi aspecto había mutado.
Luego de largos meses viajando de un continente a otro se me acabó el dinero. Me encontraba en un país desconocido. Comencé a buscar trabajo y me contrataron en un negocio de artículos de pesca que misteriosamente era atendido por un pequeño robot. Como dicho artefacto hacía todo el trabajo, yo me dedicaba a tomar té y a escribir haikus. El robot me miraba con envidia pero por algún motivo nunca me dijo nada.


Ahora, la versión en código binario para leer en familia!



1 comentario:

Anónimo dijo...

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