Luna llena sobre
el río Paraná
Agua de plata
mezclada con
agua de noche
Un reflejo de
luna que va
haciéndose
angosto a medida
que llega hacia mí
Y yo, en mi gran
arrogancia,
pienso que tal
vez esa luz sobre
el agua, sale de mí
y se
expande hacia el
horizonte
Luna llena sobre
el río Paraná
-
¿Sabías que
el origen de la letra “M” es un jeroglífico egipcio que simbolizaba el líquido?
Me miró
lacónicamente sin decir palabra alguna. Nunca supe cómo atraer su atención.
Había intentado todo y como último recurso probé impresionarla con mis
conocimientos lingüísticos.
-
Al fin y al
cabo, quieras o no, la naturaleza impregna nuestro lenguaje…
Su mirada seguía
perdida en algún punto lejano del horizonte, oculto detrás de la interminable masa
de edificios hacinados que nos rodeaba.
-
Agua… -
balbuceó.
-
¿Agua? ¿Dijiste
agua? Sabes que eso es imposible. Sabes muy bien que es imposible encontrar
agua en esta ciudad.
“¿Pongo agua para
mate?”, preguntaba mi madre cuando llegaba algún invitado a casa. Entonces
colocaba una pava sobre el fuego y llenaba el mate con yerba. Antes de que el
agua hirviera, corría la pava dejando la hornalla encendida, para que mantenga
la temperatura del agua sin que se siga calentando. Comenzaban las
interminables rondas de mate caliente, acompañado a veces por unos bizcochos de
grasa caseros. En aquellos días aún solía llover sobre las calles porteñas.
Recuerdo bien aquellas lluvias torrenciales de verano. Enero o febrero. Ese
calor agobiante, húmedo que terminaba en una gran tormenta. Nosotros salíamos
corriendo ni bien comenzaban a caer las primeras gotas. Siempre me sorprendió
el hecho de que los adultos huían de la lluvia como si se trataba de una
enfermedad sin cura. Nosotros podíamos pasar horas jugando bajo las gruesas gotas
de los aguaceros bonaerenses. Empapados hasta en el alma, saltábamos de charco
en charco, persiguiendo barquitos de papel que navegaban con una asombrosa
rapidez por los ríos improvisados en las bocacalles. A nuestro alrededor, la
gente corría, se refugiaba bajo los toldos de las tiendas; algunos afortunados
protegidos bajo los paraguas; otros con algún diario doblado sobre sus cabezas.
¿Cuál es el problema que tienen los adultos con el agua? ¿Por qué será que la
odian y la desprecian tanto?
A medida que fuimos
creciendo las lluvias se hicieron más esporádicas. El agua más escasa. Los
arroyos que atravesaban la ciudad fueron entubados y convertidos en cloacas
gigantescas; Buenos Aires comenzó a “ganarle terreno al río” volcando miles de
toneladas de escombros sobre los cuales fueron volcadas miles de toneladas de
desechos. El Río de la Plata siempre fue marrón, hecho que impidió que
pudiéramos ver que ya no contenía solamente agua.
-
Eme…
interesante, igual que mamá – dijo de repente, interrumpiendo mis pensamientos.
-
Exactamente –
respondí, meditabundo.
Mamá había dejado
de preparar mate. Las raciones de agua por habitante no lo permitían. Más
adelante se dejó de cultivar la yerba a causa de la sequía prolongada en el
noreste argentino.
Unas lágrimas
comenzaron a rodar sobre sus mejillas.
La tomé entre mis
brazos y apoyé suavemente su cabeza sobre mi pecho. Cerré mis ojos con fuerza,
aferrándome a los recuerdos. Llovía sobre Buenos Aires y nuevamente salíamos a
jugar.
3 comentarios:
Nostálgico, recordatorio, testimonial y ecológico, redondito como todo lo que escribes. Por otra parte me hizo entrar en la maquina del tiempo y verme en los años 50 en la Av. Avellaneda entre Gavilan y Granaderos, cuando todavía pasaban los tranvías 89 y 99, había refugios en el medio para abordarlos y garita de policia, no existían los semáforos y yo corría por el cordón de la vereda persiguiendo barquitos de papel, cuando todavía no existía peligro de los niños jugando en la vereda y por otra parte pasaba un auto cada 15 minutos o media hora."Joya"
Abelardo
Me gusta mucho, mucho este texto.
Très poétique, ce paysage plein de "maïm", depuis la lune jusqu'aux aguaceros en passant par les lagrimas !
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