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La final

Era mediodía. El lloraba detrás de sus anteojos de sol. La ciudad transcurría a sus alrededores, la gente entraba y salía del metro, los autos se detenían en el semáforo para luego arrancar y seguir hacia donde sea que van los autos cuando los semáforos cambian a verde.
Ella también lagrimeaba detrás de sus gafas oscuras. Se abrazaron largamente y después ella se fue.
El permaneció allí, mirando cómo se alejaba sin darse vuelta.
Por un momento dudó si bajar al metro o quedarse ahí y al final salió caminando detrás de ella.
La alcanzó media cuadra más adelante. Nuevamente un largo abrazo y entonces fue él quien se alejó, de regreso a la estación. Sin volverse atrás. Al llegar a la boca del metro, encendió otro cigarrillo. Ella ya estaba acercándose, quitando con la mano una lágrima que había logrado asomarse debajo de sus enormes lentes oscuras.
Yo estaba sentado en un banco, siguiendo con atención los vaivenes de aquella triste situación.
Tal vez bajo la influencia del mundial, lo único que logré pensar fue: “Están empatados. El la siguió una vez. Luego ella”.
Sólo entonces distrajeron mi mente los recuerdos de numerosas situaciones parecidas que había vivido en el pasado.
Cuando volví a mirarlos, ella se había ido. Esta vez no regresó.
Al rato, él también se marchó.
Al igual que en mis recuerdos, la final la ganó ella.

1 comentario:

Mati dijo...

ecelente papete

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