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Bizet Valleta

Bizet Valletta se había detenido sobre el puente. Se apoyó sobre la baranda y contempló el paisaje. El Sena fluía abajo y a lo lejos una pequeña réplica de la Estatua de la Libertad. Más allá, la majestuosa Torre Eiffel.
Sus pensamientos vagaron hacia lo extraña que puede ser la vida y cómo nunca había soñado que llegaría a estar comiendo un sándwich contemplando dos de los monumentos más famosos del mundo en simultáneo, si bien uno era tan sólo una copia del original.
Las emociones invadieron su ser y en un arranque de locura y anhelo de libertad se trepó sobre la baranda de metal y permaneció así unos instantes, dejando que el sol pegara de pleno en su rostro y que el viento fresco soplara entre sus cabellos.
Abajo el agua seguía fluyendo invitando, atrayendo.
Con un grito que hacía tiempo permanecía encerrado en su vientre, saltó y se arrojó al agua.
Tristan Manoukian estaba encendiendo un cigarrillo mientras con su mano derecha sostenía el timón del bateau mouche que conducía a diario por las aguas verduscas del río.
Su sorpresa fue grande cuando vio un ser humano estrellarse contra la cubierta de su barco, justo al pasar por debajo del “Pont Mirabeau”.
Un charco de sangre comenzó a formarse ante la mirada estupefacta de los turistas que sólo habían imaginado un viaje placentero por las aguas parisinas. Un pequeño hilo de sangre se coló por la borda e hizo su camino, descendiendo hasta tocar las aguas del río. La sangre se diluyó de inmediato y nadie jamás sospechó que en dicha corriente aun fluía un recuerdo de Bizet Valletta.

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